miércoles, 6 de octubre de 2010

71

En mi casa siempre han creído en algo más, el más allá, lo oculto, las señales divinas... gran parte de mis familiares del género femenino dicen tener algo, lo que se conoce como un sexto sentido. Yo, aun siendo la menos sensitiva en estos temas, hay veces que me levanto con un malestar y durante ese día algo malo ocurre, se me pierde algo o me pasa algo desagradable. Siempre me acabo lamentando de no haber hecho caso de mi intuición y haber tenido más cuidado con mis actos a lo largo del día.

De eso a leer de forma amateur las cartas del tarot como mi hermana, precedicir embarazos como mi madre, echar maldiciones como mi tía o curar males diversos como hacía mi abuela hay un trecho, pero la semilla está ahí, incluso en alguien tan poco receptivo como yo.

Sé que esto puede sonar a patrañas de realismo mágico, aunque diría que lo único que tenemos en común con los Buendía es que todo el mundo en mi familia lleva el nombre de otro familiar, ya sea padre, madre, tio o abuelo y que haya Albertos, Jesuses, Mercedes, Azucenas, Anas... por partida doble e incluso triple. Menos yo que soy original.

Mi abuelo siempre jugaba al número 71 en la loteria. Nunca tocó por supuesto, e incluso alguna vez dejó de ganar el gordo de navidad porque el número que le vendían no le gustaba. El 71 si, pero ese nunca tocó.
Cuando me dieron mi buzón en la empresa al terminar el training allá por Julio tuve una grata sorpresa, me tocó en suerte el 4771. Me hizo ilusión, me recordó a mi abuelo y pensé se lo tengo que decir a la abuela. Pero se me pasó, y el 22 de ese mismo mes mi abuela nos dejó para siempre, de repente, sin tiempo siquiera a despedirme y sin poder contarle lo del número del buzón.

Así entre lagrimas se lo contaba a mi tía a los pocos días, que se había ido y no le había podido decir que me había tocado el número del abuelo en mi buzón. Con lo que no contaba es que ya no me hacía falta contarselo de viva voz. El siguiente vuelo que tuve fui a Sri Lanka y en el hotel decidí bajar al spa. Me dan la taquilla para mis cosas, una llave, en el llavero un flamante 71, el spa completamente vacío al igual que el resto de taquillas...

A la vuelta del viaje me dan la etiqueta que corresponde a la facturación de mi maleta, nunca las miro, me limito a pegarla en el bolso, excepto ese día que una fuerza mayor me incita a mirarla. Acaba en 71.

En el siguiente vuelo me toca rellenar un formulario que hay que hacer del carro de bebidas alcoholicas, hay que sellarlo con una especie de brida numerada. Siempre escribo ese número de forma automatizada excepto ese día. Acaba en 71.

Desde entonces tengo 2 etiquetas más de facturación de maleta que contienen el 71 y he debido de cerrar el bar con unas 3 o 4 bridas que contenían dicho número. Sin contar que el número de vuelo que va a Madrid los lunes, martes, jueves y sabados desde Doha es el QR071, y que uno de los mostradores de facturación de Qatar Airways en Barajas es el 171.

Pensareís que voy buscándo el número como loca para tener algo a lo que agarrarme, pero no es así. Es cierto que a veces, cuando tengo un mal vuelo y quiero mandarlo todo a la mierda, cojo una brida numerada y le pido a mi abuela que me mande una señal. A veces ella lo hace, pero otras sin pedirselo simplemente me la da, porque sabe que necesito saber que todavía está conmigo, cuidándo de mi como hacía siempre.

lunes, 4 de octubre de 2010

De robinsones suizos y filosofía

Debo muchas historias al blog, lo sé, de mis proyectos éste ha sido uno de los mayores fracasos y ni siquiera sé porque no lo cierro y a otra cosa mariposa. Supongo que es porque no tengo diario y algunas veces como hoy necesito escribir.

Me he pasado la noche en vela e irremediablemente los pensamientos han fluido desde un tiempo lejano, a pesar de que hace mas de un mes que me estoy negando el privilegio de recordar para no sufrir más de lo necesario. En concreto esta noche han venido a mi mente dos recuerdos.


El primero ha sido cuando papa noel me trajo mi inves 486 en las navidades del 93. En mi casa por aquel entonces era la época de la opulencia, y aunque ahora defendemos a capa y espada la tradición nacional de los Reyes Magos en aquellos maravillosos años tanto ellos como el gordo barrigón se pasaban a dejarnos montones de regalos, y ahí estaba yo con mi ordenador, que no tenía ni pajolera idea de usar por cierto.
Pasadas las navidades, probablemente una tarde de sabado, con mi familia en el cuarto trastero (así es como llamabamos a la estancia donde teníamos los 3 escritorios, la tele y estanterias con montones de libros y que hoy es un baño con jacuzzi) mi padre decidió que no quería que su hija fuera una inepta de esos que teclean con dos dedos y me enseñó a teclear en mi nuevo ordenador. Cogió uno de sus viejos libros, El Robinson suizo, y me lo empezó a dictar, cambiando a medida que avanzaba los nombres de la familia del robinson por los de una que conocíamos, provocandonos la risa y la mofa hacia ellos. No me dejó guardar el documento por si alguna vez venían por casa lo fueran a ver, pero esta noche el documento que no quedó grabado en el 486 ha aparecido en alguna carpeta de mi memoria y he vuelto a sonreir.

Lo segundo que he recordado ha sido una historia que en su momento se me quedó grabada y en la cual no había vuelto a pensar. No sé que año corría, ni lo voy a calcular para no tener que exponer mi edad, pero tendría unos 16 años, creo que era en 3º de BUP. Mi profesor de filosofía desvariaba, yo ni siquiera sabía de lo que iba la asignatura, hoy en día cuando miro mis examenes guardados con sobresaliente no acierto a averiguar de donde pudo salir esa maquina de filosofar que era una Esti adolescente, doliente de marginación social y bastante odio y resquemor hacia todas las cosas. Estabamos en que el profesor desvariaba, Pedrillo, decia propiamente una media de 30 veces por clase (contado con palitos, como los días de cautiverio de un preso) Un día empezó a contar una historia, no parecía un desvarío y le empecé a escuchar, se quedó guardada en mi mente hasta la noche de hoy: un chico vuelve de la guerra de las Malvinas y llama a su madre, le pregunta si le importa que lleve a un amigo que estuvo con él en la guerra pero que está mutilado y ciego, la madre le dice que mejor que no, que prefiere no ver a alguien en ese estado. Cuando cuelga se suicida, no era un amigo sino él mismo.
Cuando me he acordado de la historia lo he buscado en google, quería saber de donde lo sacó mi profesor, es un texto que Gabriel García Márquez publicó en El Espectador un año después de la guerra de las Malvinas.

Si los momentos que se guardan en nuestra memoria y aparecen nítidos incluso 17 años después una noche en vela son los que nos han forjado como personas, yo agradezco que estos dos estén en la mia.